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Pero el criado le dijo:

―Acaba de ocurrírseme una idea. Hay un profeta que vive en esta ciudad. Él es muy respetado por todos sus habitantes, porque todo lo que dice ocurre. Vamos, busquémoslo y quizás él pueda decirnos dónde están las burras.

―Pero no tenemos con qué pagarle —replicó Saúl—. Aun nuestro alimento se ha acabado y no tenemos nada que darle.

―Bueno —dijo el criado—, yo tengo tres gramos de plata. Por lo menos podemos ofrecérselo y ver qué ocurre.

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